Por el gran respeto que tenía la
gente de Ziragoya a don Felipe Caldero, decidieron cumplir su última voluntad,
escrita de puño y letra y guardada en un cofre que no debería abrirse hasta
después de su muerte. La esperanza de todos era recibir algo de su fortuna.
Don Felipe fue enterrado, conforme a
su petición, debajo de una estructura fortificada, imposible de superar por
cualquier profano. Ya todos estaban autorizados a leer su testamento y el mismo
decía: “Gracias por dejarme reposar en aquel lugar. Lamento que sea un poco
difícil retirar el diamante que llevaba siempre en mis bolsillos. Es para el
primero que lo venga a buscar”.
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