sábado, 8 de octubre de 2016

Aquel de allá enfrente. No te le acerques.

 No tenía trabajo, familia ni hogar. Mendigaba por la tarde, se llevaba mal con todos y vivía en la entrada de un local de tapicería abandonado. Tan grande era su fama de ermitaño que se había ganado un lugar privilegiado en las historias con las que los vecinos del barrio asustaban a algunos niños desobedientes.
 Su final no fue más triste que el resto de su vida: más de treinta años de locura y vicios se apagaron con el frío extremo de una noche de julio. La brisa del invierno porteño lo llevó del viejo local a una fosa común, sin nombre. Todos lo recordaron como “el loco Guille”.

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