Osvaldo Larriera fue una gloria del fútbol en su ciudad. Era un tipo de 54
años, honesto y respetado en el ambiente deportivo pero que ahora tenía una
carrera como director técnico que pendía de un hilo, producto de los malos
resultados en la última temporada de la liga local.
El presidente del club que dirigía
le había dado una última oportunidad para conservar su puesto: debía ganar el
partido definitorio, que decidiría si el equipo conservaba o no su categoría.
Llegado el día del encuentro, los
dirigidos por Larriera comenzaron con el pie derecho, pues anotaron un gol a
los cinco minutos. Pero luego se fueron al descanso con un empate y terminaron
perdiendo 3-1. La hinchada completa se acercó al alambrado para putear a
Osvaldo y el presidente lo miró con odio a través de un ventanal.
Larriera se sintió frustrado, pero solo hasta que recordó que, además de
DT, también era el presidente de la comisión deportiva de su ciudad.
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