En una ciudad cuyo nombre no importa, existía o existe una agencia de trabajo llamada Desprodia, conocida gracias a su abundante y nociva publicidad.
Celeste Martino, una chica de 18 años, envió su currículum a esta entidad por correo electrónico, pues no había direcciones físicas en la página web. Su anhelo era estudiar psicología y trabajar al mismo tiempo para no significar una carga económica a sus padres. Grande fue su ilusión cuando la citaron, por teléfono, a una entrevista en las oficinas de Desprodia.
Pero la ciudad amaneció exaltada y gris, porque observó en varias de sus paredes, manchadas con algo que parecía ser sangre, fotocopias del currículum de una joven que nunca apareció.
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