Al vuelo AA-504DX le faltaban pocos
kilómetros para llegar al aeropuerto de Victoria pero una tormenta de
proporciones bíblicas complicó su trayecto. El avión enfrentaba turbulencias;
los pasajeros se alborotaban y el piloto Jaime Rattazzi encaraba la situación
con profesionalismo, pero también con miedo. Las azafatas, no menos
atemorizadas que los viajantes, calmaban a quienes podían.
Rattazzi sabía de todos los
desperfectos que sumaba el Airbus producto de las inclemencias del tiempo y aun
así ponía atención a las indicaciones que le llegaban de la base de control. No
podía contar con el copiloto, pues este experimentaba un estado de shock.
Pero las condiciones climáticas
mejoraron y el vuelo aterrizó sin ningún inconveniente. Los técnicos del hangar
constataron que la nave estaba en perfecto estado y cuando le preguntaron al
conductor qué había sucedido, no supo responder.
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