Colgada del techo, una lamparita
sucia; alrededor, paredes amarillentas; en una silla, un milico amenazante que
fuma como una chimenea; en otra, él. Y el policía lo mira.
“¿Estuviste ahí, sí o no?” le
cuestiona. “Hablá o sos boleta”, le advierte. Él permanece serio y callado y
solo se anima a mirarlo de vez en cuando, con mucho miedo. “Mirá que tus
hermanos están más complicados, eh…” avisa el interrogador.
Pero después de tanta presión, el
milico consigue una respuesta: “Soy sordo, disculpe”, dice él.
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