domingo, 3 de diciembre de 2017

N/N



 Nadie en el pueblo de San Filipo conocía al joven Andrés Martínez Rivero, que acababa de llegar para instalarse allí. De gran altura, aspecto tímido y bonachón, se fue ganando la confianza de los sanfilipenses gracias a la cordialidad de la que hacía gala cuando se cruzaba a alguien por las polvorientas calles.
 Martínez Rivero no tenía familiares cerca del pueblo ni historias demasiado interesantes para contar, pero la gente llegó a considerarlo uno más al cabo de tres meses, cuando cumplió 86 días como empleado en el Aserradero Viamonte.
 Cierto día, durante las fiestas patronales, casi todo San Filipo acompañó a la procesión que encabezó el obispo y luego se dedicó a festejar en la plaza central con costillar, lechón y vino autóctono, solo para volver a sus casas y notar que estaban vacías. Nadie supo jamás quién era ni a dónde fue a parar Andrés Martínez Rivero.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario