Daniel era un poco feliz operario en
una fábrica local de golosinas. Tenía una familia muy humilde con la que, luego
de sus diez horas de trabajo, quería compartir el resto del día.
Debido a sus escasos recursos
económicos, iba y volvía de la empresa a pie y hoy no era la excepción. Ni bien
había recorrido seis cuadras y ya pensaba en el suplicio de las otras treinta,
pero su atención se desvió a una cartera que estaba tirada en el piso. Dentro
de ella, había un celular con una pantalla de no menos de cinco pulgadas, por
lo que tomó los objetos y los llevó consigo a su casa. Allí, mostró a su esposa
y sus cinco hijos lo que había encontrado y entre todos, con notable alegría,
debatían el destino que debía tener el botín hallado. ¿Cuánto dinero les darían
a cambio de ese celular?
Luego de tres días, cuando la
familia se encontraba almorzando, la policía irrumpió en el hogar y obligó a
todos a ponerse boca abajo. El teléfono tenía dos cosas: un rastreador GPS y al
presidente de la Nación como dueño.